viernes, 2 de noviembre de 2012

Sesión 2: Enemigo Revelado

La mañana amanecía tranquila en las fértiles tierras Grulla, tras una noche de sueño inquieto, los samurais liderados por Hukuro Kento se dispusieron a desayunar. En el grupo había algo de disensión, por un lado, Kento era partidario de investigar sobre el ataque, mientras que los shugenjas, Yoshimitsu e Izumi, argumentaban que ellos tenían que cumplir con su deber, y que los problemas que tuviera Ieku con bandidos y asaltantes, eran problemas de él, y en todo caso, de la Grulla.
Pero antes de que llegaran a un acuerdo, el señor de las tierras les envió un mensaje, para que se reunieran con él en su casa. Una vez allí, Ieku les pidió humildemente disculpas, e insistió en que tenía que lavar esa afrenta. Para ello, los invitó a pasar la noche en las nuevas estancias de invitados, y los agasajó con una fiesta, además de entregarles unos colgantes con una piedra de jade. A pesar de las reticencias de los samurais del Buho, la noche pasó sin incidentes, y la mañana siguiente, se prepararon para partir.
Cuando salían de la casa, pasando por el patio donde los Ronin entrenaban, Yoshimitsu vio algo que llamó su atención. Uno de los ronin era aquel al que había quemado en el rostro, durante el ataque en la casa de té. Disimuladamente, comentó el hecho con su compañera shugenja y con Kento, que por ahora continuó su camino.
Volvieron las disensiones en el grupo. Los shugenjas abogaban por seguir, pero el honor de Kento e Daiki les impelía a avisar a su anfitrión de que tenía una serpiente infiltrada en su propia casa. Al final, tras simular una enfermedad y retornar a la casa, y después de unas poco encubiertas investigaciones, Daiki se entrevistó ante Ieku, revelándole la existencia del ronin.
Ieku se preocupó, y agradeció enormemente el honor de Daiki, así como felicitó al Daimyo del Buho si poseía hombres de tal valor y entereza.  De ese modo, al fin, la comitiva continuó su camino hacia tierras Fénix.
El día avanzó, y cuando se acercaba la noche y los samuráis comenzaban a plantearse lo de dormir al raso, Kento tuvo un extraño presentimiento, como si se sintiera observado. Detuvo su montura y se giró, en el momento en el que una flecha se clavaba profundamente en su hombro. Por fortuna, los Kamis quisieron que su armadura y el vacío evitaran la mayor parte del daño.
¡¡Una emboscada!! De los matorrales cercanos, a ambos lados del camino, surgieron guerreros embozados. Los dos shugenjas reaccionaron con rapidez. Izumi cantó una plegaria a los espíritus de fuego que respondieron con furia, alzándose en la zona donde se encontraban un arquero y un guerrero. Por su parte, Yoshimitsu entonó un cántico con voz estentórea, y alzando una mano, invocó la furia de Osano Wo, la Fortuna del Trueno, que lanzó un relámpago sobre el otro arquero.
Mientras tanto, tanto Daiki como Kento se abalanzaban con velocidad contra los dos guerreros. Daiki cruzó aceros con uno de los encapuchados, y pronto comenzó a abrumar a su rival con sus certeras y potentes estocadas.
A su vez, Kento desenvainó con un fluido movimiento y sajó el rostro de su rival, que retrocedió con la cara al descubierto. La consternación del primogénito de los Hukuro fue evidente cuando se percató de que el asaltante era Taku, un honorable guerrero que estaba al servicio de Ieku contra su voluntad.
Los shugenjas seguían descargando su furia contra los asaltantes, y Daiki seguía su combate, pero en medio de toda la furia, en mitad de la tempestad desatada, una ráfaga de viento hizo ondear los ropajes de Kento y Taku, que enfrentaban sus miradas.
Kento supo, sin saber cómo, que el ronin hacía esto porque aún conservaba algo de honor, ese algo que le obligaba a cumplir el mandato de su señor. Taku retrocedió, envainó su espada, y asumió postura de duelo. En sus ojos se leía la súplica. El bushi del Buho no tenía porque aceptar el desafío, a fin de cuenta era un ronin, un descastado, al que no debía respeto ninguno.  Pero Kento sabía lo que pasaba por el interior del ronin, de modo que también envainó su arma.
Pasaron los segundos, convertidos en minutos. El tiempo pareció ralentizarse, apenas veían nada que no fuera a su rival. Repentinamente, Taku empuñó su katana, y Kento dudó. Pensó que no sería lo suficientemente rápido, que fracasaría, que deshonraría a su clan. Pero rápido como un relámpago, su katana abandonó su saya, y una profunda línea carmesí brotó del pecho del ronin, que aceptó su derrota de inmediato.
Los samuráis procedieron a interrogarlo, y éste reveló que su señor, Asahina Ieku los había mando a matar porque “ya tenía lo que quería”.  Ante estas palabras, un escalofrío de pánico recorrió la espalda de Izumi. De un salto, alcanzó su montura, miró en su equipaje y vio la caja.  Pero cuando la cogió, no notó su característica aura maligna.
Con manos temblorosas, trató de abrir la antes sellada caja, que se abrió con facilidad… Vacía
Sin saber cómo, ni por qué, habían sido engañados.
Asahina Ieku les había robado lo que hubiera en el interior de la caja. Habían fallado a su señor y a su clan.

1 comentario:

  1. Buena reseña. te falto poner el momento en el que juré por mi honor enmendar mi error dando mi vida en el intento y que el ronin cometió sepukku

    ResponderEliminar